Neurosis: Complejo de Edipo
Edipo
COMPLEJO DE EDIPO
El complejo de Edipo desempeña un papel fundamental en la estructuración de la personalidad y en la orientación del deseo humano. Los psicoanalistas han hecho de este complejo un eje de referencia fundamental de la psicopatología, intentando determinar, para cada tipo patológico, las modalidades de su planteamiento y resolución. La antropología psicoanalítica se dedica a buscar la estructura triangular del complejo de Edipo, afirmando una universalidad de este en diferentes culturas. Si bien la expresión “complejo de Edipo” no aparece en los escritos de Freud hasta 1910, el descubrimiento del mismo, preparado desde hacía mucho tiempo por el análisis de su pacientes, Freud lo realiza durante su auto análisis, que lo conduce a reconocer en sí mismo el amor hacia su madre, y, con respecto a su padre, unos celos que se hallan en conflicto con el afecto que le tiene. Freud escribe “… la poderosa influencia de Edipo Rey se vuelve inteligible… el mito griego explota una compulsión de cuya existencia todo el mundo reconoce haber sentido en sí mismo los indicios” (Laplanche y Pontalis, 1967).
AFIRMACION SOBRE EL COMPLEJO DE EDIPO
Observemos que desde un principio se afirma la universalidad del Edipo: “Todo ser humano tiene impuesta la tarea de dominar el complejo de Edipo”. (op. Cit).
Hasta la época de Freud fue típico considerar al niño pequeño como un ser asexuado, a pesar de que toda la experiencia cotidiana se oponía a tal idea, y a la pubertad como el florecimiento de la sexualidad humana.
Ninguno de los libros sobre la niñez escritos en el siglo XIX que Freud leyó dedicaba capítulo alguno a los intereses sexuales de los pequeños. A los 45 años Freud hizo una referencia sobre la sexualidad infantil en su obra “Interpretación de los Sueños”, y luego examinó con agudeza la leyenda de Edipo y el Hamlet de Shakespeare. Años después, derribó el mito del niño asexuado en su libro “tres ensayos para una teoría sexual”. En publicaciones subsecuentes, Freud y sus colegas establecieron el complejo de Edipo como el núcleo infantil de las neurosis del adulto. De esta forma, fueron transformando la antigua leyenda del incesto inconsciente (de la tragedia griega de Edipo Rey), en el drama real y cotidiano que cada niño debe actuar por sí mismo (Cameron, 1982).
Según la antigua leyenda griega, un niño príncipe fue condenado a morir por haberse profetizado que estaba destinado a asesinar a su propio padre. Unos extranjeros lo salvaron y lo criaron como príncipe de otras cortes. El príncipe, con los años, fue avisado por un oráculo de estas profecía por lo que decide convertirse en un guerrero para alejarse de su hogar, siendo así que en una de sus peleas en una encrucijada mata al rey de Tebas, ignorando que se trata de su verdadero padre. A continuación salva a los tebanos de los ataques de la esfinge resolviendo el enigma de esta; por lo que el pueblo agradecido pone a Edipo en el trono vacío del rey que acaba de ser asesinado y siguiendo una costumbre, le dan por esposa la viuda de este rey (madre de Edipo). Años más tarde Tebas fue asolada por una plaga, lo que hizo que un oráculo aconsejara alejar al asesino del rey para así obtener la salvación del pueblo. Tras una búsqueda objetiva aunque personal (a la que Freud equipara con un psicoanálisis) Edipo descubre que el rey asesinado era su padre y que se ha casado con su propia madre, como la profecía lo dictaba. Antes de que él y su madre comprendieran la verdad, ésta, tratando de animar al angustiado Edipo, le dice: “Muchos son los mortales que en sueños se han unido con sus madres”. Como es sabido esta leyenda acaba con el trágico suicidio de la madre y el abandono y mutilación del propio Edipo ( se saca los ojos) (Traducción de Lewis Campbell, 1953;citado en Cameron, 1982).
Es a partir de esta leyenda que Freud estructura lo que llamará en su obra el complejo de Edipo apareciendo este en algún momento, durante los tres o cuatro años de edad. El niño pierde la autonomía que había ganado y se enamora profundamente del padre del sexo opuesto, a la vez que siente celos profundos respecto al otro cónyuge a quien toma por rival.
Si no se encuentra demasiado inhibido o atemorizado, el pequeño expresa abierta y espontáneamente su intención de casarse con el padre del sexo opuesto cuando crezca. Será así que Freud afirma que alrededor de esta situación gira la lucha más compleja e importante ocurrida en la vida emocional del niño. (Rangell, 1961).
Este complejo de Edipo se hace inevitable por la identificación preedípica y el amor al objeto que lo procede. Aparte de inevitable, es esencial que el niño desarrolle la Gran Ilusión, de algún día poder casarse con su progenitora y tras una lucha, experimentar la tragedia de renunciar a su propósito (Freud, 1905).
Partiendo de las fases psicosexuales que Freud plantea en sus Tres ensayos sobre una teoría sexual (1905), podemos afirmar que la adquisición de hábitos de limpieza estables, implica la renuncia del niño a considerar sus esfínteres como zonas erógenas dominantes y exclusivas. Pero lo que sí sigue siendo exclusivo, es la relación con la madre. Ella, o sus sustitutos son el objeto de su afecto. En su renuncia a lo anal, el niño entiende que no son sus productos fecales lo que su madre desea de él, sino la regularidad de sus funciones, su orden y limpieza corporal. Las expresiones de afecto y cariño subsiguientes a estos objetivos abonan la creencia omnipotente de que es él mismo el objeto de deseo de su madre y no sus productos o partes vitales. Es ante esta creencia que la figura del padre, que hasta ahora permaneció oscura, empieza a cobrar importancia para el pequeño drama que está por desencadenarse.
Esto me hace pensar en el modo humano que se tiene de preparar a los niños para que se conviertan en hombres capaces de amar a las mujeres y a las niñas que se convierten en mujeres capaces de amar a los hombres, ya que si bien es sabido, los animales no pasan por la fase edípica, en este sentido el ser humano es único y singular. De acuerdo a esto considero a la familia y el nexo íntimo que esta ejerce en cada ser humano, así como a la capacidad de crear fantasías y sueños que tienen los niños, como 2 fuentes principales que tiene el ser humano de experimentar esta fase de manera singular y única.
Ahora bien, cabe aclarar que la fase edípica tiene una larga historia en las interacciones ocurridas entre padres e hijos, mismas que se remontan a las primeras situaciones preedípicas, y que tal historia hace inevitable el desarrollo de la fase edípica. No hay duda que una conducta normal de los padres hacia los niños es parte constitutiva de la situación edípica, pues los padres diferencian su amor por el hijo que su amor por el cónyuge. Cameron (1982) explica que tal diferencia se basa en que “en el niño normal el amor edípico tiene una intención y un propósito francamente sexuales, mientras que el amor paterno se sublima en un afecto cordial y tolerante.” (Pág. 88).
El superyó , idealmente maduro de los padres, les permite tener sublimado su amor paternal, mientras que, por otro lado los efectos que ejercen los padres seductores, de superyó “defectuoso”, propician en sus hijos desviaciones sexuales.
Los niños, en torno a los tres o cuatro años de edad descubren que sus órganos genitales son morfológicamente distintos a los del otro sexo. Lo que el niño descubre no es que sus órganos genitales sean distintos de los de las niñas sino que unos tienen y otros no tienen pene y testículos. Esto trae a consecuencia el pensar que si algunos seres humanos no tienen estos órganos genitales es por que alguna vez los perdieron, que fueron castrados a consecuencia de una grave transgresión, es decir, que sufrieron un castigo. La toma de conciencia de que la madre pertenece al sexo opuesto ( en el caso de los varones) y que por lo tanto ha sido castigada en el pasado, refuerza en el niño su relación con ella. Él representa ahora lo que le falta a la madre. La función de esta supuesta falta es importantísima para el niño y la niña que experimentan como una retirada de una pieza fundamental de sus propias emociones. (Cameron, 1982).
A partir del descubrimiento de las diferencias entre los sexos y de la subsiguiente entrada en el complejo de Edipo, el desarrollo afectivo y sexual del niño y de la niña siguen caminos dispares, que será oportuno examinar por separado.
LA ENTRADA DEL NIÑO EN EL COMPLEJO DE EDIPO
El niño edípico desarrolla un orgullo intenso por su órgano genital ahora descubierto en comparación con el sexo opuesto, por lo que siente la urgencia de usarlo agresivamente y de exhibirlo. Tanto este orgullo del niño como sus fantasías sexuales y agresivas (de poseer a la madre y eliminar al padre) parecen precipitar, de algún modo, el drama y la angustia edípica.( Cameron, 1982).
Tanto el orgullo masculino del niño, como su posesión sexual son parte de su identificación normal con la figura masculina dominante en el hogar: el padre. Sin embargo, tal identificación trae a la situación edípica más complicaciones, ya que el niño ama a este hombre con el cual se identifica y al cual admira. Este amor hace aumentar la culpa del pequeño ante sus fantasías de destrucción y de venganza contra este padre que a la vez le roba el amor de mamá.
Freud (1938) plantea que el proceso experimentado por el varón hacia el complejo de edipo se encuentra íntimamente basado en el descubrimiento agresivo y amenazador de la falta del pene en las mujeres, el cual determina en forma decisiva la denominada “ansiedad de castración”. Se imagina, en efecto, que las mujeres han sido castradas y que él también puede serlo, dependiendo de la voluntad de los padres. Esos seres decisivos, grandes y omnipotentes que se encuentran presentes ante él. Por otro lado, la figura de la madre, ahora “castrada”, supone una gran decepción para él. No logra representarse mentalmente esa figura amada sin el pequeño órgano que él mismo posee y que ha descubierto que produce placer.
Según Sarnoff y Corwin, (1959), sus comportamientos, en esta ocasión, pueden oscilar desde la regresión afectiva hacia estadios anteriores, que implica la renegación de la falta del pene en la madre, hasta la convicción de que él mismo, con su pene, es el objeto de deseo de la madre. Así es como estos autores plantean una pequeña variación con respecto a las fantasías que se habían elaborado en el estadio fálico inmediatamente anterior, ahora consolidadas por el valor estructurante de la falta. Una fuente de reforzamiento de esta ansiedad surge de los celos y el resentimiento furiosos que el niño tienen contra su padre, quien es percibido como una figura realmente poderosa, además de que ama a la madre del chico, la posee y tiene relaciones sexuales con ella. En tales circunstancias, parece inevitable que el niño se refugie en fantasías sadomasoquistas en donde se imagina al padre destruido, muerto o sencillamente ausente, por un lado y en las que se imagina a sí mismo lisiado o incluso muerto por un padre supuestamente celoso y furioso de su deseo hacia la madre.
Es de este modo que en el varón, el complejo de castración lleva como consecuencia directa la experiencia del complejo de Edipo, cosa que ocurre de modo contrario en las mujeres, como veremos a continuación.
LA ENTRADA DE LA NIÑA EN EL COMPLEJO DE EDIPO
El descubrimiento de la presencia en el varón de unos órganos sexuales que ella no posee, determina en la niña la aparición de la llamada envidia del pene, que marca a su vez el origen inconsciente del deseo femenino. Al igual que el niño, la niña piensa de principio que todos están construidos igual que ella. Cuando se da cuenta de su error se siente engañada y probablemente caiga en la misma interpretación errónea que el niño: pensar que se le ha privado de su órgano genital (Bofil, 1994). Antes de que esto ocurra, la niña, consciente de la presencia en su anatomía de un órgano similar al masculino, aunque más pequeño (el clítoris), mantendrá la fantasía de que tal órgano crecerá y llegará a convertirse en un pene. Pero la forma adulta del cuerpo de la madre desmiente toda su ilusión. (Sarnoff y Cowin, 1959).
Si toda esta experiencia no es traumática, y la palabra de la madre se presenta decisiva y reconfortante en este aspecto, la niña se identifica rápida e intensamente con su papel femenino. Así su actitud ante esta madre oscilará entre la identificación pasiva y admirada, que la toma como modelo para juegos y otras actividades, y la reclamación, en ocasiones agresiva, de la propia falta del pene. Con respecto al padre, y en general a los representantes del sexo contrario, la niña desarrollará, identificándose con los modelos femeninos a los que admira, una conducta alternativamente seductora y sumisa. Se sentirá pequeña y débil ante la fuerza y la presencia física del varón, e intentará despertar su interés mediante gracias y coqueterías hasta ahora desconocidas en su comportamiento. (op. Cit)
Este movimiento significa para la niña, un cambio radical de objeto amoroso. Aunque la madre le dio los cuidados primarios para iniciarla como miembro de la familia, anteriormente, ahora se encuentra enojada con ella, por lo que se aleja de la madre, decepcionada y viene al padre, quien parece capaz de darle aquello que ella quiere ( Cameron, 1982). De esta manera, la niña desarrolla un conflicto entre amor y odio equivalente al del varón: se enamora del padre y siente desprecio y odio por la madre, a quien le gustaría eliminar. Ante el hecho de sentir que se le ha negado un pene o que lo ha perdido, la niña edípica desarrolla ansiedades muy suyas respecto a tal privación. La ansiedad más obvia se manifiesta en que se siente incompleta o inferior y en que envidia lo que el niño tiene. Además también cae en temores intensos de sufrir una venganza por parte de la madre ante la cual ha experimentado sentimientos de odio y de la cual quiere deshacerse. La niña, al observar que el padre puede darle lo que su madre le negó, se acerca a éste estando segura de que puede cuidarlo mejor que su madre. Para seducir al padre y atraer su amor, la niña edípica querrá parecerse a su madre y hacer lo que esta hace. Todo esto lo logra a través del mecanismo de identificación . A pesar del odio y envidia hacia la madre, la niña no puede renunciar por completo al amor por ésta como objeto, y es precisamente este amor el que hace aumentar los sentimientos de culpa en ella.
Laplanche y Pontalis (1967) plantean algunos problemas relativos al lugar que ocupa el complejo de Edipo en la evolución del individuo, son:
- La preponderancia del complejo de Edipo, que siempre sostuvo Freud, queda atestiguado por las funciones fundamentales que le atribuye:
Elección del objeto de amor, en el sentido en que este, después de la pubertad, viene condicionado a la vez por la catexis del objeto y las identificaciones inherentes al complejo de Edipo y por la prohibición de realizar el incesto.
Acceso a la genitalidad, por cuanto esta no queda en modo alguno garantizada por la sola maduración biológica. La organización genital presupone la instauración de la primacía del falo, y ésta difícilmente se puede considerar establecida sin que se resuelva la crisis edípica por el camino de la identificación.
Efectos sobre la estructuración de la personalidad, sobre la constitución de las diferentes instancias, en especial el superyó con el ideal del yo. (Laplanche y Pontalis, 1967)
- La explicación que antecede no explica suficientemente el carácter “fundador” que, para Freud, posee el complejo de Edipo, como se desprende de la hipótesis, anticipada en “Tótem y Tabú”, del asesinato del padre primitivo, considerado como el momento de origen de la humanidad. Esta hipótesis debe interpretarse sobre todo como un mito que traduce la exigencia que se plantea a todo ser humano de ser un “vástago de Edipo”. El complejo de Edipo no puede reducirse a una situación real, su eficacia proviene de que hace intervenir una instancia prohibitiva (prohibición del incesto) que cierra la puerta a la satisfacción naturalmente buscada y une de este modo el deseo y la ley.
- El complejo de Edipo se descubrió en su forma positiva, pero, como hace notar Freud, esta forma no es más que una simplificación de la complejidad de esta experiencia. La descripción del complejo de Edipo en su forma completa permite a Freud explicar la ambivalencia hacia el padre (en el caso del niño) por la interacción de los componentes heterosexuales y homosexuales y no como el simple resultado de una situación de rivalidad.
Simultáneamente al complejo de Edipo “positivo” que se presenta en el niño, pueden observarse en él comportamientos y expresiones opuestas, en general menos frecuentes, pero también muy intensas, expresión de sus deseos amorosos hacia el progenitor de igual sexo y de sus celos y hostilidad hacia el progenitor- competidor del sexo opuesto: sería el complejo de Edipo negativo o invertido. De esta forma hemos de entender al complejo de Edipo como un entrelazamiento, a nivel emocional, de tendencias opuestas y contradictorias, que van presentándose progresivamente con la repetición de situaciones internas y externas en las que vivimos intensas fantasías, emociones y defensas. Habitualmente, el complejo de Edipo supondrá, en la mayoría de las personas, un predominio de la triangulación “positiva”, pero, tanto en esta fase, como en los aspectos edípicos que nos acompañan a lo largo de la vida, siempre existirán manifestaciones de la triangulación “negativa” o “invertida”. Esta situación de relaciones; base de nuestras relaciones con los terceros, resulta, así, profundamente afectada por la ambivalencia, por sentimientos de amor y odio alternado, según las circunstancias internas y externas, hacia los mismos objetos o personas. En esta situación tan teñida de ambivalencia, se está elaborando también la identificación sexual y social en general. Así el varón tenderá a identificarse con ciertos aspectos del padre y la niña con ciertos aspectos de la madre. Todo ello entremezclado y complicado por una bisexualidad básica del ser humano, que la misma actividad doble y compleja de la triangulación edípica y de las identificaciones ponen de relieve una vez más identificaciones que serían también dobles. Así podremos observar que el complejo de Edipo, la triangulación fundamental de la fase fálica, es una situación emocional profunda formada por al menos 4 tendencias contrapuestas y parcialmente complementarias (las tendencias a identificarse con la vivencia del progenitor del mismo sexo y con las del progenitor del sexo opuesto). (Bofil, 1994).
Finalmente, quisiera abarcar cómo es que se da el complejo de Edipo en la adolescencia, a lo cual, autores como Manuel Isaías López, llaman El resurgimiento del romance familiar. Los sentimientos que surgieron durante la relación edípica, al llegar el periodo de latencia, quedaron como una cuenta pendiente que en la adolescencia ha de ser retomada para su elaboración. Estos pendientes deberán ser reacomodados, para permitir que la urgencia sexual sea desprovista del componente edípico (incestuoso) y que el individuo logre integrar su sexualidad a la imagen corporal que tiene de sí mismo. De esta manera se observa por un lado, un rechazo al acercamiento de la figura parental del sexo opuesto, apareciendo el pudor y la vergüenza ante la eminente maduración de los caracteres sexuales primarios y secundarios. Por otro lado, observamos que las figuras de apego ahora escogidas por el adolescente recuerdan a la figura de los padres, depositando así elementos provenientes de estas figuras pasadas, en los nuevos objetos transitorios que elige. (López, 1988).
Cabe mencionar aquí, que la idea de Freud, acerca del complejo de Edipo, era que éste no continúa desarrollándose hasta construir una organización genital definitiva, sino que desaparece y es sustituido por el periodo de latencia, debido a la gran amenaza de la castración (ante la cual el niño no puede defenderse). Sin embargo, en 1926, Freud modifica su postura considerando la aparición del complejo de Edipo en la adolescencia. Freud postula que el caso ideal sería la completa resolución mediante los cambios económicos que dan por resultado la formación del superyó y la iniciación de la latencia. A pesar de esto, señala que este ideal no es frecuente y que podemos esperar la reactivación de los restos edípicos para que ahora, en la adolescencia, se lleven a cabo nuevos cambios económicos de importancia (op. Cit).
Así, Manuel Isaías López, afirma que los elementos edípicos residuales, y a veces, la situación edípica total, alcanzan en la adolescencia un nivel operante; pero ahora en un individuo cuyas potenciales sexuales han sido despertadas; lo que hace a dichos elementos sumamente peligrosos para el yo adolescente. Las figuras edípicas tienen ahora que ser rechazadas debido a que la naturaleza genital de esta relación transforma el incesto en un peligro real.
La etapa de la adolescencia viene a ser una nueva oportunidad para la elaboración de los conflictos residuales edípicos, si la magnitud de estos no rebasa las capacidades del yo para traslaborarlos y así lograr un movimiento libidinal hacia figuras no incestuosas. (López, 1988. pp 197).
La manifestación de este resurgimiento del romance familiar la podemos observar a través de actitudes y conductas defensivas contra el romance mismo. Las necesidades de apego, ternura y dependencia son depositadas en determinados objetos nuevos transitorios. La agresión, la rivalidad y la rebeldía, separadas del sadismo pregenital, también son depositados en nuevos objetos transitorios que hacen menos conflictiva su elaboración. La presencia edípica también puede observarse en forma dramática en los amores turbulentos y apasionados, a la vez que imposibles en el adolescente mayor.
Ahora bien, para finalizar podríamos hablar de la resolución del complejo de Edipo negativo en la adolescencia, aspecto que es productor de un alto nivel de ansiedad en el individuo, ya que la realidad biológica sexual le da una clara connotación homosexual. Es posible observar aquí que los chicos (varones) desarrollen mecanismos defensivos muy intensos dirigidos hacia la figura del padre, en contra del erotismo investido en él. Así se representa una regresión yóica a la etapa edípica en la que se retoma el complejo positivo como defensa para el manejo, en la adolescencia, del Edipo negativo. La traslaboración de esta defensa edípica ( como la llama Bloss), y el complejo de Edipo negativo, es fundamental para el desarrollo del ideal del yo maduro que permite al varón un sentido de realidad en torno de su autorrepresentación mental. Hasta que la resolución de esta fracción del complejo de Edipo tenga lugar, el sujeto podrá distinguir claramente lo que realmente es, de lo que quisiera ser y de lo que los demás quisieran que sea. Esta distinción es un requisito para el desarrollo nítido de la identidad en general y sobre todo de la identidad sexual (López, 1988).
En cuanto a la mujer, para éste autor anteriormente citado, esta resolución de la parte negativa del Edipo es aún más intensa, ya que en la fase edípica la niña debió de cambiar de objeto de amor, dejando de ser la madre el centro de sus motivaciones eróticas. En la adolescencia la vinculación edípica negativa produce mayor conflicto, ya que no solo representa un apego de naturaleza homosexual, sino de fusión simbiótica que amenaza con la pérdida de la identidad. La defensa edípica de la joven, la empuja, desde muy temprano a una mayor vinculación con la figura masculina. Esto implica una mayor búsqueda apasionada de contacto cutáneo con ternura expresada y transmitida a este nivel. La chica buscará en su pareja este contacto y la fantasía de unión. Cuando la defensa edípica en la mujer adopta mayor intensidad, habrá una actuación sexual temprana, que busca dos propósitos:
- Defensa en contra del erotismo homosexual y de regresión pregenital a través de un mayor apego a la figura masculina y
- Un saciamiento al hambre de contacto cutáneo y ternura pregenital.
Por la Psic. Sofia Mann de Dayán
Maestra en Psicología Clínica y Psicoterapia
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